3.12.07

El País de las Hadas



Existen ciertas continuidades o desenvolvimientos (cosas siguiendo a otras cosas) que son razonables, en toda la extensión de la palabra. Que, en toda la extensión de la palabra, son necesarias. Tales son las continuidades matemáticas y lógicas. Nosotros, en el país de las hadas, admitimos esa razón y esa necesidad. Por ejemplo, si las hermanas feas son mayores que Cenicienta, es necesario que Cenicienta sea menor que las hermanas feas. No hay otro camino. [...]Si Juan es hijo de un molinero, un molinero es el padre de Juan. La fría razón lo decreta desde su trono imponente: y nosotros, en el país de las hadas, nos sometemos. Si tres hermanos pasean a caballo, allí andan complicados seis animales y dieciocho piernas: esto es verdadero racionalismo,y el país de las hadas rebosa de él. Pero cuando asomo la cabeza por encima del cerco de los elfos y comienzo a estudiar el mundo natural, observo algo extraordinario. Observo que los hombres cultos y con anteojos hablan de cosas actuales que suceden, al amanecer, la muerte, etc...como si fueran razonables e inevitables. Hablan como si el hecho de que los árboles den frutas fuera tan necesario como el hecho de que dos árboles y un árbol son tres árboles. Pero no es tan necesario. Según la experiencia del país de las hadas, (...) entre ambas cosas existe una enorme diferencia. No es posible imaginar que dos y uno no sean tres. Pero fácilmente se imaginan árboles que no dan fruta; o árboles que den candelabros dorados; o árboles de cuyas ramas cuelguen tigres asidos por la cola. (...) En nuestros cuentos de hadas, siempre hemos conservado esta diferencia penetrante entre la ciencia de las relaciones mentales en la cual existen leyes y la ciencia de los hechos físicos en la cual no existen leyes sino sólo repeticiones extrañas. (...) Una ley implica que conozcamos la naturaleza de su generalización y de su establecimiento, no que tengamos sólo una vaga idea de sus efectos. (...) Cuando nos pregunten por que los huevos se convierten en aves y por qué los frutos caen en otoño, debemos contestar exactamente como contestaría el hada madrina a Cenicienta, si ésta le preguntara por qué los ratones se convertían en caballos y sus vestidos desaparecían al dar media noche.
Debemos contestar que es magia. No es una ley, porque no entendemos su fórmula general. No es una necesidad, porque a pesar de dar prácticamente por descontado que esas cosas sucedan no tenemos derecho a decir que siempre han de suceder. El hecho de que contemos con el curso ordinario de los acontecimientos, no es argumento suficiente para fundar la inmutabilidad de una ley. Y no contamos con el curso ordinario de las cosas, sino que apostamos sobre él. (...) Todos los términos empleados en los libros de ciencia, “ley”, “necesidad”, “orden”, “tendencia” y otros de ese estilo, son en realidad irracionales porque implican una síntesis intrínseca que no poseemos.

G. K. Chesterton, Ortodoxia

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