5.12.07

El problema de Platón

En el siguiente texto se explica la concepción platónica de la astronomía, que, como ciencia que es, debe buscar su verdad más allá de lo evidente. El denominado "problema de Platón" se formula así : consiste en "determinar qué clases de movimientos circulares uniformes y ordenados deben asignarse a cada uno de los planetas para explicar sus trayectorias anuales aparentemente irregulares".


El problema de Platón

Puesto que la verdad es atemporal (lo que es verdadero lo es siempre, como sucede en los teoremas geométricos), se plantea cómo obtener ese conocimiento universalmente válido de objetos en constante cambio. De ahí el famoso dualismo platónico entre un mundo de ideas inteligibles, eternas e inmutables, y un mundo de cosas perceptibles, temporales y en perpetua transformación. En sentido estricto sólo cabe ciencia de lo inteligible, pero entonces la astronomía y la física estarían condenadas de antemano (de hecho esta última si quedará excluida por Platón del ámbito de la ciencia).
La única manera de fundar una ciencia de lo visible es encontrar, tras este ámbito de lo visible, alguna huella de lo inteligible; o dicho en otros términos, rastrear elementos racionales en un contexto meramente sensible. Esto a su vez exige especificar aquello que caracteriza a lo racional entre lo sensible. En definitiva, se trata de saber qué quiere decir comprender aplicado al conjunto de cosas que afectan a nuestros sentidos, y no simplemente observar acumulando datos empíricos. Einstein decía, asumiendo una posición profundamente platónica, que la comprensibilidad implica la creación de un cierto orden en las impresiones sensoriales. Y, en efecto, conocimiento racional y orden son términos que nunca caminan uno muy lejos del otro. Es posible hacer ciencia del mundo sensible (celeste) única y exclusivamente porque está ordenado, o mejor, según Platón, porque ha sido ordenado por la acción de un Demiurgo (en la filosofía griega la materia puede ser ordenada por un ser superior pero no creada, como sucede en el pensamiento judío).
¿Qué entiende este filósofo por ordenación? Estar ordenado significa ser partícipe de algunos signos distintivos del mundo de las Ideas. Las formas inteligibles o Ideas están jerarquizadas, de modo que no todas son de igual rango. En el grado más elevado hallamos las Ideas de Bien y de Belleza. Ambas presiden el ámbito de lo inteligible, otorgándole ciertas características: orden, armonía, simplicidad, proporción, simetría. A su vez esta belleza del mundo inteligible se contagia al mundo sensible, permitiéndonos descubrir en él vestigios (=rastros) de racionalidad. El mundo sensible ha sido dispuesto por el Demiurgo a imitación del inteligible; por ello es armonioso, regular, simétrico, bello.
La cuestión que a continuación se suscita es la del lenguaje apto para expresar esta belleza, que no es sensible sino racional (es posible apreciarla, por ejemplo, en un teorema matemático, más que en los colores de un paisaje de otoño). La respuesta de Platón no nos sorprende veinticuatro siglos después: el lenguaje es el de las matemáticas. Dado que únicamente hay verdadero conocimiento de lo que no cambia, sólo es posible captar racionalmente lo que permanece invariante en todo cambio, la ley. Pero lo que la ley expresa son determinadas relaciones invariantes. Son precisamente esas relaciones invariantes, presentes en la Naturaleza, lo que el científico ha de aprender y conocer.
Todo ello no podía por menos de ejercer una influencia decisiva en la astronomía. Esta ciencia se ocupa del movimiento de los astros. Ahora bien, habrá que decidir si nos referimos a los complicados e irregulares movimientos que vemos, o a los simples y ordenados que no vemos. Pitágoras ha puesto de manifiesto la posibilidad de descomponer la compleja trayectoria helicoidal (=en forma de hélice) del Sol en dos movimientos circulares simples, el diurno y el anual. Y la cuestión es si el movimiento real del Sol es el helicoidal que la observación pone de manifiesto, o los circulares que hemos deducido racionalmente. La respuesta de Platón es clara: "Los verdaderos movimientos son perceptibles para la razón y el pensamiento, pero no para la vista" (Platón, 1969: VII, 529 d). Si los movimientos de los astros son susceptibles de ser conocidos racionalmente y la astronomía como ciencia es posible, entonces quiere decirse que sus movimientos son ordenados, aunque la observación directamente no lo ponga de manifiesto. Luego, bajo los movimientos irregulares aparentes ha de ser posible encontrar los verdaderos movimientos regulares. En el Cielo ni hay ni puede haber astros errantes, que recorran cada vez un camino distinto. El Sol, la Luna y los planetas, aunque en apariencia describan trayectorias sin figura precisa, en realidad se hallan sometidos a la necesidad de una ley inalterable, como inalterables son las propiedades de las figuras geométricas.
La astronomía esta estrechamente emparentada con la geometría. Su objeto es el estudio de los sólidos en movimiento. El problema que se plantea es cuál sea la figura más adecuada a dichos sólidos y al movimiento que realizan. La respuesta no puede ser otra que la figura más simétrica, es decir, la más capaz de no verse alterada cuando es sometida a ciertas transformaciones como, por ejemplo, el giro. Y esa figura es desde luego la esfera (en tres dimensiones) y el círculo (en dos). En definitiva, la figura perfecta es la esfera y el movimiento perfecto es el circular. Estos criterios de tipo matemático-estético van a traer consigo la adopción de compromisos muy precisos, que influirán decisivamente en el desarrollo de la astronomía desde el siglo IV a. C. hasta el siglo XVII.
(Ana Rioja y Javier Ordóñez, Teorías del Universo, vol. 1, De los pitagóricos a Galileo)

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